Por Sara Lovera
El próximo jueves inicia en todo el mundo la Jornada de 16 días contra la
violencia que viven las mujeres y que terminará el 10 de diciembre al
conmemorarse la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Esta jornada, que ya empieza a ser una sana costumbre, la de la jornada, permite
reflexionar sobre el estado que guarda la situación de violencia que viven las
mujeres.
En México la situación no mejora. La guerra desatada en campos y ciudades
contra el narcotráfico; el círculo de violencia que se vive, en los lugares más
recónditos o apacibles es nefasto. Pero se insiste en políticas públicas que
pueden, en algunos casos, salvar vidas, en otros se trata de políticas de
relumbrón y simuladas para aprovechar algunos recursos que se etiquetan tanto en
presupuestos oficiales como en los organismos internacionales.
Este año, por ejemplo, el Instituto Nacional de las Mujeres etiquetó recursos
para los gobiernos estatales para analizar cómo el lenguaje excluyente y
demoledor, coadyuva o no a la violencia que viven las mujeres, siete de cada 10
en todo el país.
Sin embargo, el lenguaje no es más que el reflejo de una situación social y de
convivencia agresiva que no servirá de nada, si no hay otro tipo de
transformaciones, por ejemplo que cese la política de guerra y la idea
generalizada de que todos los conflictos sólo pueden solucionarse por la vía
violenta, los golpes, los insultos o simplemente las armas.
De ahí la importancia de pensar, más bien, en la urgente necesidad de establecer
un sistema de relaciones democráticas, de la familia al gobierno. De otro modo
la espiral de la violencia será infinita. No es, como dice la derecha, que en
los hogares se anida la violencia y, sí es al mismo tiempo, un reflejo que
documenta como anda el país.
De la misma forma actúa sobre los hogares la política institucional violenta,
donde las policías, el ejército, los sicarios, los empleados del narco y la
delincuencia cotidiana dan muestra de una manera de abordar todas las
relaciones, de las amorosas a las comerciales.
La Jornadade los 16 días intenta reflexionar y hacer mirar cómo funciona este
sistema envolvente, donde todas y todos participamos de distintas formas y a
pesar de leyes, políticas públicas y discursos, cada vez que se reflexiona se
constata que no cesa la violencia contra las mujeres.
Sólo en el Distrito Federal, la capital del país, entre enero y septiembre de
este año, 44 mil denuncias llegaron a las Unidades de Prevención y Atención de
la Violencia Familiar y personal en materia legal y psicológica atendieron 119
mil casos. El asunto revela que no hemos avanzado casi nada.
Sin embargo, hay intentos de parar seriamente el círculo. Por ejemplo, durante
años las feministas han sostenido que una mujer se ve impedida de salir de un
hogar donde es violentada sistemáticamente, del desprecio y desvalorización a
los golpes y el miedo, porque no tiene cómo enfrentar la vida sin los recursos
económicos del agresor, casi siempre su pareja, pero también se trata de los
padres y a veces de hijos mayores.
Para remediar esto, en el Distrito Federal hace dos años, se creó un derecho: el
seguro para mujeres violentadas, que consiste en una beca en dinero, en apoyo
psicológico, un acompañamiento legal; capacitación para el trabajo y con
frecuencia crédito para una casa. Este seguro, que no es dádiva sino un derecho
en la capital del país, ayuda a salvar vidas, sin discusión, pero es también un
acto de Estado a que obliga la ley, la Convención Interamericana contra todas
las formas de Violencia que sufren las mujeres y la Ley de Acceso de las
Mujeres a una Vida sin violencia.
No es una dádiva, reitero, pero se confunde con ella, porque la población no
tiene una explicación clara del significado de ésta, junto a otras políticas
integrales que operan en el Distrito Federal y que en general no son cabalmente
explicadas ni entendidas por la población.
También en el Distrito Federal se ensayan otras políticas, como la que ha
establecido una casa de emergencia o la que recibe en un refugio temporalmente a
mujeres violentadas. Además de la ley que creó, hace ocho o 10 años, las
Unidades de Prevención que tampoco reciben la publicidad necesaria para que las
mujeres acudan.
No se trata pues de dádivas, ni de discursos. La violencia contra las mujeres
puede atenuarse con estas políticas, pero persiste en la sociedad porque la
misma población la consciente. Se sigue creyendo que las mujeres son menores de
edad, no tienen valor o pueden ser sin responsabilidad, controladas y
maltratadas, porque es su destino.
Habrá quien me diga que estoy exagerando, pero no es posible encontrar una
respuesta al número creciente de mujeres agredidas y asesinadas.
En esta jornada vale la pena explorar los datos que se irán dando durante 16
días; los modelos de atención a las víctimas y las formas como funciona este
entramado que permite que no se solucione el problema.
Es maravilloso que haya muchas mujeres con un seguro contra la violencia que
puedan usar. Es encomiable que de nuestros impuestos muchas de ellas reciban
apoyos económicos para tener la fuerza de romper el círculo de su violencia
familiar individualmente, pero valdría la pena pensar en comunicad y
colectivamente, lo realmente necesario es que desecháramos en la vida diaria
esta manera agresiva de relacionarnos, individual y colectivamente; tener un
sistema de justicia que fuera eso y consiguiera hacer claro a quienes infligen
violencia contra una mujer que eso es un delito inaceptable y que la política
global del gobierno de Felipe Calderón retirara las armas como mecanismo para
solucionar lo que llaman “inseguridad”, puesto que esa se anida, crece, se
desarrolla tanto en la casa como en la calle, tanto en las relaciones de pareja,
como en las laborales y comerciales, tanto en la idílica familia como en la
escuela y en las carreteras.
Acabo de estar en Chiapas, y me contaron que en Comitán, la tierra de Rosario
Castellanos, todos los días hay un hecho de violencia, o sea, se aprende, se
recrea, se acepta y entonces no existe la fuerza millonaria para pararla. Hacen
falta un millón de personas pidiendo que esto cambie, tomar el zócalo para pedir
democracia y cero violencia, porque tenemos miles de huérfanos, miles de mujeres
mutiladas, miles de mujeres deprimidas, miles de funcionarias frustradas porque
ni todas las políticas, ni todo el dinero pueden hoy evitar el sufrimiento
femenino que está ligado a la desigualdad y a la antidemocracia, el engaño y
también, la demagogia que escucharemos repetida todos estos días.
saralovera@yahoo.com.mx
lunes, 22 de noviembre de 2010
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